Maria Marta Fasoli desarrolla su sensitiva vinculación con el dibujo en dos territorios bien diferenciados, cada uno con su cualidad de estilo y temperamento, y ambos sostenidos en una dinámica fluidez técnica, que se hace obsesivamente sutil cuando lo requieren sus texturadas marejadas paisajísticas, y proporcionalmente expresiva en las satíricas figuras de su teatro privado.
El lenguaje gráfico de Fasoli la muestra invariablemente efectiva en el sólido dominio de sus medios. Allí están, como primera constatación, sus operísticos naufragios, tan metafóricos como evocativos, que ella traza con sorprendente naturalidad a partir de las oleadas reticulares que se entrecruzan sobre líricas atmósferas de color y espacio. Y también las barrocas, intrincadas cosmogonías policromas, inscriptas en el detalle corpuscular, en la infinitamente imaginativa variedad y multiplicación de signos y en el balance perfecto entre concentración y diseminación. El resultado es insistentemente atractivo y provocador, sumergiendo al espectador en un inmediato efecto de sugestión escénica, y a la vez de inestabilidad e inmaterialidad, como si presenciáramos en un mismo plano el origen de una nebulosa y su destrucción inminente.
Simultáneamente, Fasoli se deleita en las idas y vueltas siempre misteriosas y sorprendentes de un chispeante contrapunto figural, con una evidente capacidad de improvisación para la absurda teatralidad en la que se demoran y afanan sus siluetas y personajes. La artista propone la lectura individual de actitudes, vínculos y situaciones y coincidentemente la concepción de una arbitraria coreografía de ritualidad colectiva, donde la verosimilitud antropomórfica compite con la más pura gratuidad semántica de manchas, trazos extemporáneos y acuosas derivaciones, en una feroz fenoménica de ritmos en pugna, mutaciones imposibles y alucinatorias viñetas.
Eduardo Stupía